Amistades peligrosas by Katja Brandis

Amistades peligrosas by Katja Brandis

autor:Katja Brandis [Brandis, Katja]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Lo curioso es que al día siguiente no me costó nada enfrentarme a Isidore Ellwood, el padre de Lou. Llegó, como siempre, con su camisa recién planchada y su americana marrón. En cuanto me vio, se le endureció la mirada.

—Lo del chaquetón de Lou fue culpa mía —dije sin más—. Irrité a Leroy y pasó lo que pasó.

Si nos hubiéramos encontrado en el bosque en nuestra segunda forma, creo que habría intentado clavarme con su cornamenta en el primer árbol. En forma humana, por suerte, no podía. Dejé que me cayera encima una bronca descomunal, en la que se incluían expresiones como «criatura irresponsable», «malos modales de depredador» y «actuaciones que rayan lo delictivo», sin que se me crispara siquiera el dedo meñique. Me resbalaba lo que pensara de mí.

Lou, que nos observaba desde su pupitre, se iba poniendo alternativamente roja y blanca.

Por fin, el señor Ellwood terminó el sermón.

—Espero que tomes nota de todo lo que te he dicho. De lo contrario, tendré que darle parte a la directora. ¿Me has entendido?

—Sí, profesor —dije.

Ya podía ir a sentarme con los demás. Pero la paz duró poco. Al rato me llamó y tuve que realizar complicadísimos ejercicios de metamorfosis ante mis compañeros. Ellwood me mandó incluso que transformase las piernas en patas mientras hacía el pino. Pero, ¡milagro!, me salió todo bien.

—Siéntate, Carag —dijo al final, visiblemente decepcionado.

Después llamó a Berta, con la intención de seguir con la tortura. Como la osa no dominaba las transformaciones, con ella se podía ensañar a gusto.

La siguiente clase era la de Lengua, con la señora Calloway, y a continuación teníamos Geografía e Historia. Menos mal que a Leroy, con quien compartía mesa, se le había pasado el enfado y hasta me dejó copiar cuando nos tocó escribir las capitales de los países de Europa. Al acabar las clases, Lou se puso a recoger sus cosas con calma, hasta que todos se fueron. Yo también me entretuve, sin saber muy bien por qué.

Nos quedamos solos en el aula y había tal silencio que se nos oía respirar. Tres, cuatro pasos, y Lou Ellwood estaba delante de mí, apartándose de la cara un mechón de su larga melena oscura, con una mirada seria y escrutadora.

—¿Por qué lo has hecho, Carag? ¿Por qué le dijiste eso a mi padre?

Me quedé mirándola. «Porque me gustas», pensé, y me alegré de que no pudiera oír lo que pensaba mientras ambos estábamos en forma humana.

—Porque sí.

—Gracias —dijo Lou, sonriendo un poco cortada—. A nadie más se le habría ocurrido hacer algo así. A veces eres un chico raro.

—Muchas veces ni siquiera soy un chico.

—Sino un puma, lo sé —dijo. La calidez de su mirada hizo que me temblaran las rodillas—. Tal vez eso sea bueno.

Mientras me preguntaba si había oído bien, se echó al hombro la mochila con sus cosas.

—¿Vienes? Por lo visto, hoy hay lasaña.

Odio la lasaña.

—¡Fenomenal! —dije—. ¡Me encanta!

Y nos fuimos a la cafetería.



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